viernes, 24 de junio de 2011

Patricio Valdés Marín

Hace ya algo más de cien años que Sigmund Freud empezó a elaborar la teoría del psicoanálisis para dar cuenta de ciertos trastornos conductuales y hasta fisiológicos que experimentaban algunos de sus pacientes. Éstos tienen origen en fuerzas irracionales e inconscientes. Así, nuestra acción intencional no es puramente racional, sino que contiene impulsos irracionales que actúan de manera enmascarada y disfrazada desde el inconsciente, dirigiendo nuestros actos sin estar consciente de ello. Estas conclusiones tuvieron enorme repercusión en sus contemporáneos, y hasta los escandalizó del mismo modo como Darwin, algunas décadas antes, había impactado en las creencias religiosas sobre la creación con su teoría de la evolución de las especies biológicas. Ello es comprensible, ya que la larga tradición dualista de la cultura occidental, propia del idealismo y el racionalismo, suponía que la mente, o la psiquis, se identifica con la conciencia, y que el yo es lo mismo que el alma espiritual platónica, sede de la razón y rectora de la voluntad, que domina al cuerpo corrupto. Por el contrario, Freud establecía que hay vastas áreas mentales que no nos son conscientes, pero que influyen sobre nuestro comportamiento de manera determinista y en contra de nuestra voluntad, dando al traste con filosofías largamente atesoradas.

Los síntomas.

Freud observó que la existencia de dichos trastornos son en realidad síntomas de incontroladas fuerzas inconscientes, o neurosis, y éstas son, a su vez, reacciones a las influencias exteriores experimentadas por el sujeto. Esto es, los síntomas son la expresión visible de un proceso inconsciente, siendo la enfermedad psíquica dicho proceso. Así, los síntomas son una transacción entre dos fuerzas opuestas: un deseo o un temor, y una censura poderosa que se opone a la primera. Mediante la censura, el neurótico excluye de su conciencia un proceso desagradable, aunque no menos real y profundamente vívido. Sin embargo, la exclusión no consigue que el proceso no se manifieste a través de una amplia gama de síntomas, por lo que la conclusión que se impone es que éstos son el resultado activo de motivos inconscientes ocultos.

Así, pues, Freud encontró un mecanismo para las neurosis. La causa de los síntomas neuróticos son las representaciones reprimidas y olvidadas en el inconsciente de alguna experiencia, supuesta o real, pero que, desde allí, siguen actuando en el comportamiento del sujeto, pues justamente allí las representaciones se encuentran sometidas a sus procesos. Al surgir una situación parecida a una experiencia pasada, resultante de una amenaza, aparece la angustia como señal de peligro. Luego la angustia es una reacción emocional ante un peligro no sólo subjetivo, sino que especialmente irracional, que produce en el sujeto sensaciones de peligro latente.

La represión es entonces la fuerza que mediante la censura mantiene fuera de la conciencia dichos recuerdos, confinándolos en el inconsciente. Es un mecanismo de defensa de que se vale el sujeto en contra de las exigencias de los llamados "instintos". Pero es un mecanismo ineficaz, pues debe actuar constante y repetidamente con el objeto de evitar la irrupción de lo reprimido. Las defensas ineficaces o patógenas producen las neurosis. Si los hechos reprimidos se hicieran conscientes, provocarían angustia. La representación inconsciente se ve obligada a transformarse para ser aceptada por el sujeto, provocando así el síntoma como un producto deformado de una realización de deseos. Todo síntoma sirve de expresión a procesos inconscientes.

Los síntomas poseen un sentido y una significación, siendo sustitutivos de actos psíquicos normales. Aparecen como actos nocivos o inútiles que el sujeto realiza en contra de su voluntad, y el esfuerzo psíquico requerido para su ejecución y la lucha contra ellos lo agota, produciéndole angustia y ausencia de felicidad, y lo limita e incapacita para las demás actividades por la rigidez de sus reacciones, a pesar de sus propias capacidades. Freud llegó a analizar y a tipificar, bien o mal, una cantidad de neurosis en la forma de histerias, fobias, inhibiciones y obsesiones.

El psicoanálisis.

Para curar estas neurosis, Freud elaboró el método del psicoanálisis. Mediante esta terapia se procura determinar qué representaciones y significados reprimidos son los causantes de los síntomas del paciente y traerlos a su plena conciencia, basándose en la suposición de que si éste los descubre y los acepta, los síntomas neuróticos desaparecen, pues cesarían de actuar desde el inconsciente.

La forma de llegar a conocer las representaciones reprimidas es a través de dos procesos: 1. la "asociación libre", método que se basa en la idea de que siempre existe una conexión entre un pensamiento y el que sigue; y 2. la interpretación de los sueños. Éstos serían una sustitución deformada de un suceso inconsciente, y del análisis de los "actos fallidos", los cuales se supone que pueden conocer aquello que está reprimido en el inconsciente.

Las representaciones reprimidas deberán ser interpretadas correctamente por el analista, lo cual es tan difícil como llegar a tener un criterio objetivo. Por su parte, el paciente deberá vencer la resistencia que aquéllas oponen a hacerse conscientes, pues son de naturaleza desagradable, lo que le produce vergüenza, miedo, dolor y angustia. Puesto que el mal está en su inconsciente, es él quien debe descubrirlo en forma activa, no bastando que se le diga simplemente cuál es el problema que lo aqueja.

Teoría psicoanalítica.

Para explicar las neurosis y sus mecanismos de censura, represión y resistencia, Freud desarrolló una teoría psicoanalítica, a diferencia de muchos otros psicólogos que se han contentado solamente con describir otros tantos mecanismos en el comportamiento humano que dan cuenta de elementos no intencionales, irracionales y deterministas sin llegar a elaborar teoría alguna, lo cual no significa que no se deba valorar el enorme esfuerzo que significa generar una teoría. Pero han sido diversos elementos de su teoría y no el mecanismo psicológico de las neurosis lo que ha causado tanta polémica.

Una teoría es la explicación de un conjunto de fenómenos mediante otro conjunto, siendo ambos las partes integrantes de su estructura y que se conectan causalmente con necesidad. Así, por ejemplo, Einstein explicó la relatividad del espacio y el tiempo mediante la famosa ecuación E = MC2; Darwin aclaró la evolución biológica mediante la selección natural; Planck dilucidó la naturaleza corpuscular de la luz mediante los cuantos. El mérito de estos genios fue el relacionar en una teoría dos grupos de fenómenos, siendo corrientemente el conjunto explicativo una brillante hipótesis que se adelanta para explicar el otro que ya ha surgido por observación o por experimentación. Es suficiente que el primero sea experimentalmente comprobado para que la teoría adquiera validez.

En concordancia con la estructura de toda teoría, la de Freud abarcó dos ámbitos distintos de fenómenos. Uno de ellos se refirió al análisis de las relaciones causales que conforman los distintos mecanismos de un conjunto de fenómenos observables que constituyen, en este caso, las neurosis. El otro fue la interpretación de estos fenómenos mediante el fenómeno de la libido. No me corresponde pronunciarme aquí acerca del psicoanálisis en cuanto terapia.

Causa de síntomas.

La teoría psicoanalítica de Freud se basó en que siempre los síntomas neuróticos tienen una causa sexual reprimida, omitiendo otras causas o aceptándolas levemente, como fue el caso de haber postulado en un principio el instinto de conservación, y posteriormente el instinto de destrucción o de muerte. En efecto, para él la causa de las neurosis es el instinto del impulso sexual, cuya energía es la libido. Resalta la apreciación de que en esta hipótesis existe, en concordancia con las creencias de la época, un fundamento importante de dualismo al separar una psiquis de un instinto biológico. Por otra parte, había comprobado a través de la terapia psicoanalítica que la causa de las psiconeurosis se encuentra en sucesos acaecidos en la infancia del individuo.

La conclusión que se le imponía era que en la formación de la neurosis están los deseos incestuosos de los niños hacia sus progenitores, y, especialmente, hacia el sexo opuesto, siendo el complejo de Edipo lo fundamental en su génesis. Naturalmente, como era de esperar, la hipótesis planteada, es decir la libido en la infancia, para explicar los fenómenos de las neurosis ha sido duramente atacada desde el momento mismo que Freud la formuló. Existen razones de mucho peso. No sólo es difícil aceptar la normal existencia de lo erótico en bebés y niños, a pesar de los intentos suyos y de sus seguidores por demostrarlo, sino que el psicoanálisis aparece verdaderamente como una doctrina perversa por proponer que las relaciones humanas normales se basan en hostilidades, resentimientos, venganzas y represalias. Y sin embargo, tanto la motivación sexual como su relación con sucesos vividos en la infancia se mantienen como firmes pilares en la elaboración de lo poco de científico que se puede encontrar en la teoría psicoanalítica, lo cual plantea evidentemente un verdadero acertijo.

Solución.

No obstante, pienso que este acertijo puede ser resuelto mediante un par de consideraciones. Así, pues, un primer elemento para elaborar una teoría psicoanalítica más de acuerdo con las realidades biológica, psicológica y social es establecer que el conjunto de fenómenos que debiera explicarla son las dos funciones fundamentales de todo organismo biológico. Una de ellas es su capacidad de supervivencia, la otra es su capacidad de reproducción. Sin ambas funciones fundamentales la especie no podría prolongarse a través de la reproducción de los individuos, ni el organismo sobrevivir, siendo, por tanto, inviable la existencia tanto de organismos biológicos individuales de una especie como de la especie misma. Estas funciones fundamentales determinan completamente el comportamiento de todo organismo biológico, incluido el ser humano.

De la consideración de la acción de estas dos funciones en el ser humano se derivan una cantidad de conclusiones. En primer lugar, la referencia a la reproducción abarca mucho más que la libido freudiana. Incluye también la atracción sexual, el cortejo, el orgasmo, la gestación, el embarazo, el dar a luz, la crianza del bebé, la formación del infante, la educación del niño. En los seres humanos supone amor, madurez, responsabilidad, además de cariño y dedicación.

En segundo término, la función de supervivencia es anterior a la función de reproducción, considerando la proporción de la estructura del organismo humano dedicada a la primera. Si se desplazara la función de supervivencia por la de reproducción, sobrevendría evidentemente la muerte del individuo, sin haber llegado éste siquiera a reproducirse, lo cual no conviene de manera alguna al mecanismo de la prolongación de la especie.

En tercer lugar, la función de reproducción, junto con el intenso deseo sexual, aparece plenamente en el individuo sólo con la pubertad, cuando éste ha llegado a una madurez fisiológica que le permite llevarla a cabo, lo cual significa, por otra parte, que ha tenido primeramente éxito en sobrevivir. Decir que la sexualidad está en estado latente en el infante es evadir el acertijo señalado más arriba, pues no significa nada. Valdrá la pena señalar además que el ser humano es un mamífero pleno y, como se observa en todos los mamíferos, la sexualidad en las crías no existe, como tampoco existe en éstas ni el periodo anal ni el oral con sus connotaciones sexuales. La actividad sexual en los mamíferos aparece sólo con la pubertad.

En cuarto término, si el origen de muchas neurosis aparece como sexual, ello se debe a que la afectividad, en especial la derivada del deseo sexual, debe ser reprimida hasta que la necesidad de supervivencia sea primeramente satisfecha. A diferencia de la supervivencia, la función de reproducción requiere una contraparte sexual y que además esté dispuesta. El atractivo sexual de la contraparte puede promover el instinto o apetito sexual, pero éste no podrá ser satisfecho sin su consentimiento, el cual está pleno de consecuencias relacionadas con la reproducción.

En última instancia, lo que caracteriza a una cría humana por sobre todo es su absoluta vulnerabilidad, desvalidez e indefensión. Los antropólogos enseñan que la ventaja adaptativa que significó un cerebro de gran tamaño para la especie humana, tuvo su contraparte desventajosa que el recién nacido no puede pasar a través de la pelvis materna con una masa encefálica del volumen que tendrá como adulto. Esto tiene dos implicancias. Por una parte, el recién nacido necesitará años de crecimiento fisiológico para llegar al estado adulto y poder valerse con todas las aptitudes que caracterizan la especie. Durante ese tiempo será un ser dependiente en su crianza. Por otra parte, tamaña capacidad cerebral implica una existencia en un medio cultural extraordinariamente rico y sofisticado. Entre un recién nacido y la etapa de adulto existe un largo proceso de formación y educación cultural.

Cariño o no.

Sin duda que el estado de indefensión natural propio de un ser humano en sus años de infancia no debe llevarse al concepto extremo de “complejo de inferioridad” de Alfredo Adler, y deducir de ello toda una teoría psicoanalítica. La realidad de la condición humana es que un bebé o un niño requiere de permanente amparo y apoyo para poder sobrevivir, y una cuidadosa y esmerada formación y educación para capacitarlo a ser un adulto maduro. Esta acción de sus progenitores y otros adultos se traduce en manifestaciones de cariño, que es precisamente la señal del amparo y el apoyo, pues el lenguaje de dar y recibir se traduce en símbolos de cariño. El infante espera cariño sin límite, pues es lo único que le permite tener la sensación de seguridad, sin el temor vital de ver amenazada su existencia.

Resulta una verdadera lástima que las enseñanzas freudianas, que enfatizan la condición erótica en los infantes, hayan desviado por tanto tiempo y por tantas generaciones la atención cultural de la forma correcta de la crianza, a pesar de que un psicoanalista puede comprobar corrientemente que una representación emocional angustiosa en un adulto fue producida principalmente por pasadas experiencias de indefensión en un mundo hostil durante la infancia, y que los neuróticos son las personas que han sido más duramente golpeadas por adversas e inhumanas circunstancias, especialmente durante la infancia.

Un segundo elemento que una teoría psicoanalítica debe considerar es uno de escala. En efecto, ha habido cierta dificultad en aceptar el mecanismo del placer y dolor al tiempo de hacerse cargo de otros fenómenos de la afectividad, como condiciones de las neurosis, sin creer que se cae en contradicción por esta supuesta univalencia. El mismo mecanismo de sensaciones de placer y dolor se emplea tanto en la supervivencia como en la reproducción de todo animal, siendo el placer sexual una sensación muy intensa, aunque no lo suficientemente como para no ceder frente al hambre, la sed, el sueño o el cansancio.

Por otra parte, mientras más evolucionada es la especie, mayores son las escalas disponibles para estructurar la afectividad. Así, la atracción sexual está en la escala de las sensaciones; el enamoramiento, que es una pasión, existe en la escala de las emociones, y el amor corresponde a la escala de los sentimientos. Cada escala está integrada, a modo de unidades, por escalas inmediatamente menores, hasta alcanzar las más fundamentales. Las sensaciones de placer y dolor, que pertenecen a la escala más fundamental de la afectividad, están siempre presentes en todas las estructuras afectivas, como las emotivas, propias de todos los animales más evolucionados, y las sentimentales, que son propias de los seres racionales.

Las neurosis, más propias de los seres humanos, surgen en las complejidades sentimentales de la necesidad de sobrevivir y del deseo de reproducirse. Tan compleja resulta la integración de las dos funciones vitales fundamentales que los seres humanos vestimos para ocultar nuestras partes pudorosas y desarrollamos intrincados rituales y normas para establecer quien se acopla con quien y en qué circunstancias.

En conclusión, un niño no es un ser erótico, pues simplemente su genotipo en dicha etapa de su desarrollo no ha estructurado aún el impulso sexual. Por el contrario, un niño es un ser existencialmente necesitado de cariño, el que, en su absoluta indefensión, le posibilita su supervivencia. Una vez adulto, su afectividad se estructurará integrando en sí tanto su impulso sexual como su experiencia afectiva infantil, de lo cual surgirán representaciones sexuales con cargas de experiencias infantiles.

Por tanto, si en su infancia ha habido cariño, en el individuo podrá madurar normalmente su sexualidad y llevar una vida plena. Por el contrario, si ha tenido carencia de cariño en la infancia, puede emerger en él un cuadro neurótico, con las típicas causas sexuales que Freud estudió. La traumática experiencia de esta falta de cariño, al ser estructurada dentro de una afectividad en la que participa también el impulso sexual, puede adquirir un significado distinto del original, como si lo erótico hubiera sido lo central en aquélla, de lo cual su experiencia desagradable de una realidad hostil en la infancia se funde con una carencia de cariño en una supuestamente pretérita experiencia en lo sexual.

Este ensayo fue tomado del Libro IV – La llama de la mente. http://llamamente.blogspot.com, Capítulo 3 - "Las funciones psicológicas del cerebro", Sección 'Psicoanálisis y teoría'.